Tuesday, October 26, 2010

El Infierno...

Por fin encontré un texto decente sobre El Infierno, de Luis Estrada, película que considero quita más de lo que da y hace peor daño cuando según pretende reflejar la realidad de nuestro sangriento país y reflexionar sobre ello.
Para empezar, el filme es un chiste y además un chiste repetido ya en tres ocasiones con los filmes anteriores. Como ocurre con los chiste repetidos, deja de causar gracia; es más, incluso llega a molestar. Si bien el tono es de sátira, no hay sátira sin inteligencia; y lo que vemos no es un estilo de dirección lo que se repite sino una fórmula inmediata cuya primera intención es ser taquillera:
- Primero lanzan una obvia estrategia de mercadotecnia al protestar una 'clasificación equivocada' y alegar censura. La censura es el oxígeno que se necesita para que arda la fogata de la taquilla (efecto 'Crimen del Padre Amaro')...
- La supuesta denuncia de la realidad en nuestro país que sólo descansa en imágenes del tipo violentas y en otras de tipo más inocente como la foto de Fox o de la Virgen en segundo plano mientras se habla de corrupción, o el cura recibiendo dinero para bendecir una pistola. Pero cinematográficamente no hay mayor nivel de lectura que el de una barata telenovela.
- Lo más indignante es que tanto se quejan los directores sobre la falta de recursos que tenemos para crear cine pero bien que se los apropian. No debería gente como Luis Estrada y su generación pagarse sus propias películas o buscar coproducciones extranjeras y dejar los fondos nacionales a las nuevas generaciones que realmente no cuentan con ningún apoyo? Cuándo, realmente, estos dinosaurios dejarán paso a las nuevas generaciones? O cuándo, simplemente, harán las películas que quieran sin quitar más recursos -de los que no hay-?
- Lo más triste, y he aquí la importancia de este filme aunque de manera negativa, es que la película de El Infierno es una herramienta para digerir con chistes la realidad de nuestro país; para que 'el mexicano siga riéndose de su desgracia'. Y para mí, vivir con humor nuestra violenta realidad, es un chiste que ya no debería causarnos gracia.
Este es el primer texto decente que me he encontrado al respecto:


Como narración, la cinta es inconexa. Tarda en asentar el nudo del drama; moroso el preámbulo, no aporta datos que permitan al espectador comprender el drama moral, tan solo insinuado, del Benny. El desenlace es efectivo pero el epílogo reitera el cariz fatalista, el drama cíclico ya atávico con que se presenta a México y por extensión al ser humano. El humor negro, distintivo de la misantropía, debería dejar claras las intenciones. El guión resulta inconsistente: ¿de dónde saca dinero el padrino para dotar al Benny de armamento si no tiene clientes?, ¿quiénes compran tanta droga si el pueblo está desierto?, el policía soplón no es el mismo al que luego acusan… Hay errores en la secuencia, en la continuidad, se repiten los actores secundarios encarnando distintos papeles de una escena a otra. Nótese la imagen final y se advertirá que dura segundos de más, el propio Diablito titubea pensando que la escena ya se había cortado. Siendo una sátira, el humor escasea. Intentando ser verosímil, los acentos regionales, la propia descripción del norte en la que leemos a nuestro norte mexicano, lucen inverosímiles. El gran problema de esta cinta es la presunción de espejo paseándose a lo largo del desierto; esa ambición stendhaliana fracasa porque Estrada no tiene interés en construir una ilusión de veracidad sino tan solo un catálogo de alusiones.
El infierno de Estrada confirma que el infierno de nuestro cine y nuestra narrativa se distingue por los mojones que indican el camino. Aquel cineasta que en su promisorio debut, Camino largo a Tijuana, proponía una buena factura como contrapeso al apresuramiento del cine mexicano industrial, apenas si es reconocible en el cultivo de lugares comunes y estereotipos de esta su sexta cinta. Cargado de anécdotas más que de historia, con soliloquios que van desgranando la intención filosófica y didáctica de la cinta y neuróticamente obsesionado con la cita intertextual, Estrada reverencia la tradición del cine mexicano incapaz de ofrecer retratos sin moraleja ni dramas, sin retorcimientos de folletín. Y me pregunto: si la cuestión crucial de nuestra reflexión bicentenaria es: “¿tiene remedio México?”; también importa considerar si es posible un cine mexicano que no apele al melodrama ni a la demagogia.